viernes, 1 de mayo de 2015

CONQUISTANDO MARATONES


El domingo se corrieron los 42km de Montevideo. En realidad no "se corrieron" solos; lo corrieron un puñado de valientes y el resto acompañamos a punta de mate y pan con grasa desde las 7am que, para un domingo, ya es demasiado sacrificio. Pero no se vayan a creer que correr "la reina de las distancias" (como le dicen los que saben) fue cosa de soplar y hacer botellas para nosotros los mortales. A ver si nos entendemos bien: YO NO CORRI SEÑORES, pero créanme que acompañé con creces. Porque el temita de la maratón se instaló en casa hace algunos meses. Hasta hace unos años, el running "light" supo ser parte de mi vida hasta que una fractura de tibia y peroné me retiró de las pistas...a las que no hice mucho esfuerzo por volver. Eso fue casi en sincronía con el encuentro con el que hoy pasó a ser mi "plus one" quién estaba justamente enganchándose con las carreras 10k, las más democráticas del mundo running (miento están también las 5k, el testing de BBVA y la Trotancap que la corre literalmente cualquiera). A medida que su pasión crecía, la mía estaba recorriendo una curva inversamente proporcional. Así, el muchacho pasó de correr en la cinta a comprarse un par de championes nuevos por mes e inscribirse en cuanto grupo de corredores veía entrenando en los canteros de la rambla entre la Escollera Sarandí y Malvín, que es donde vivimos.Después de tener algo así como una crisis de identidad deportiva (y de lesionarse intentando cumplir con todos), decidió compartir su humanidad entre dos grupos que entrenaban distintos días de las semana en distintos barrios capitalinos. Yo no pude hacer más que acompañar, hacerle el aguante yendo a buscar a los críos a natación y a taekwondo (en dos direcciones distintas) y esperarlo con la cena condimentada con la típica queja ocasional del corte "como-si-ya-no-tuvieramos-bastante-con-el-laburo-y-los-nenes-ahora-te-sumás-esto-¿cuando-vamos-a-tener-tiempo-para-nosotros?". A decir verdad los reclamos no tuvieron mucho efecto y, para completar, alentado por la manga de inadaptados de MIS amigos, el tipo se compró una moto, la cual durmió los primeros días en el garaje esperando a ser introducida en tan apretada agenda sin molestar "a la patrona" (que vengo a ser yo) ni restar kilómetros de entrenamiento. Pero eso es cosa de otro posteo... La cuestión siguió y a 2 meses de la carrera el tipo comía maratón, respiraba maratón y su timeline de Facebook taba lleno de posts de maratón. Maratónmaratonmaratonmaratonmaraton hasta en la sopa. Si lo veía embobado mirando la pantallita del Iphone ni se me cruzaba la cabeza que estuviera mirando a una mina en bolas, no señor, seguro eran un par de championes o un video de...adivinen...maratones. Maratónmaratonmaratonmaratonmaraton ... Y finalmente llegó el día, de la manera más inconveniente posible, apretada entre family days y cumpleaños de sobrinos, a menos de una semana de emprender unas merecidas vacaciones y corriendo de atrás por el laburo. Eran las 4am y yo estaba cocinando cupcakes y haciendo la piñata de mi sobrina cuando el runner se me apareció en el living con cara de nervios diciendo que no podía dormir; intentó "ayudar" haciendo destrozos con el papel crepé para finalmente resignarse a volver al sobre. Me dio ternurita y decidí dejarle su desayuno con la consabida cartita inspiradora que aludía a un "desayuno de campeones". Al final yo tampoco pude dormir y cuando a las 5 y media am (una hora después del episodio-piñata) se levantó para prepararse, le dejé su espacio y me levanté apenas sentí que salía por la puerta delantera de casa. Levanté a los niños (incluido al sacrosanto de mi sobrino que se quedó a dormir la noche anterior para ir a apoyar al tío al día siguiente) y a las 8am estábamos parados en la rambla, a dos cuadras de casa, donde el cartelito marcaba 16km de ida y 27 de vuelta. "Papá-tío-marido" pasó triunfante y haciendo avioncito por el km 16 y los niños en un rapto de emoción lo siguieron en bici (y alguno corriendo un km). Volvieron y empezó la espera: papá tenía que volver a pasar por el mismo lugar con 10km más a cuestas. Hicieron de todo: carreras en bici, escondidas y hasta oficiaron de aguateros, algo que los entretuvo lo suficiente para que cuando finalmente papá apareció en el horizonte, no le notaran la cara de descompuesto. Le dieron agua, se me acercó, y mientras ellos seguían abasteciendo maratonistas en su recientemente descubierto servicio a la comunidad corredora, a mi marido se le transfiguró la cara de dolor por una puntada en la rodilla. No recuerdo bien que nos dijimos, sé que consideré todo: que abandonara, acompañarlo, insistirle para que siguiera. Lo único que sé es que el sentimiento de mierda y de impotencia que me dio verlo trepar la subida de Malvín en solitario y rengueando me hizo largar el llanto atrás de los lentes de sol. Volví a casa, tiré la cartita de desayuno de campeones a la mierda y empecé a reportarme por mensaje y por teléfono con mis cuñados y mis suegro. Así supe, contra todo pronóstico, que en AV, Brasil y la Rambla volvió a hacer el avioncito para su sobrino-ahijado, y que en Sarmiento mi suegro pudo alcanzarle un Gatorade porque tenía sed y seguía corriendo. Y ahí supe, supe que llegaba y que teníamos que estar en primera fila todos para recibirlo. Y fue lo que hicimos. Todos tenemos nuestras maratones; esas cosas que sentimos merecer y que la vida se niega a darnos, esos sueños que, de a ratos, parecen inalcanzables y que solo amagan con lograrse con buena cuota de tenacidad y sufrimiento de por medio. Nada es gratis dicen... y esto suena a carísimo. Pero todos tenemos eso que nos hace brillar los ojos con emoción anticipada y, si lo queremos de verdad, hay altas chances que lo consigamos de alguna manera. Este domingo de mañana seguro muchos putearon por el ruido, los megáfonos y los autos corridos por la grúa. Créanme, si no conociera al runner en cuestión yo también habría enterrado la cabeza en la almohada al grito de "muerte a la maratón". Pero no los habría visto a ellos, a todos los hombres y mujeres, jóvenes y veteranos que pasaron por delante mío a 100m del arco de llegada; todos esos que tenían la misma cara; no me malinterpreten, no eran ni parecidos; unos venían cómodos, otros resollando, y algunos hasta cojeando pero TODOS llevaban la cara de felicidad sin filtro, el "lo conseguí" dibujado en la frente, la incredulidad apenas contenida. Entonces ese domingo de tarde cuando vi a mi marido (sí, vamos a gastarle el título ya que lo tenemos)completar sus primeros 42km y largar el moco por primera vez desde que lo conozco, entendí que las maratones, las de pista y las de la vida, no se corren, se conquistan. Cada uno tiene la propia. Yo también tengo la mía. Y algún día quisiera llegar a la meta y cruzarla para saber cual es mi cara de maratón.

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