viernes, 30 de diciembre de 2011

JAPI NIU IAR


Odio las fiestas. Y no quiero parecer una Chica Migraña pero los que me conocen saben que con el primer acorde de un Jingle Bells a mí se me erizan los pelos de la nuca. Me basta con ver un solo chirimbolo colgado en cualquiera de los shoppings (que cada año adelantan más el lanzamiento de las decoraciones) para que me agarre una angustiosa sensación de cuenta regresiva que me dura, por lo menos, hasta el 31 de diciembre a las 12 de la noche...o si empecé temprano con la caipirinha, hasta que empiecen los festejos en Samoa, que dicho sea de paso este año, por "motivos comerciales" pasó directamente del 29 de diciembre a celebrar el 31 un día entero antes que el resto del planeta. Así como soy, llena de contradicciones, me reconozco como un as de las compras navideñas. Consigo todo bueno, bonito y barato en tiempo record, siempre me encargo de parte del menú familiar del 24 y suelo empezar a lavar los platos cuando los comensales están por el postre. Para completar, musicalizo...si señores, musicalizo toooooda esa experiencia que detesto y que, para mí, solo recobró algún sentido con el nacimiento de mis dos sobrinos quienes aún (y tal vez por poco más al menos en el caso del mayor) creen en Papá Noel y los Reyes Magos. Las caritas de los pendex con los regalos y el misterio del señor gordo de barba y traje rojo son impagables...para lo demás existe Mastercard.
Pero aún así, odio las fiestas, sépanlo. Por suerte, en la oficina somos varios que decidimos ignorarlas olímpicamente al menos en el ámbito laboral. Una vez hace dos años nos dio un arranque y compramos en Tata un arbolito modernoso con luces led y un reno plateado de diseño casi constructivista, todo muy cool...nos duró poco: las últimas navidades le dejamos las pilas puestas al arbolito electrónico y estas fiestas las pasó en el placard sepultado con el reno.
Hay varias razones para detestar la Navidad y afines. Para empezar, la demencia colectiva que se adueña de los 3 millones y poco de uruguayos (dejenme confirmarles la cifra al final del censo...en el 2015) durante este período de tiempo. Porque confesemoslo...solamente un demente puede poner el despertador a las 3 de la mañana y encarar La Noche de los descuentos en los shoppings. Y como si esto fuera poco está el tema del tráfico; una amiga uruguaya residente en Panamá y recientemente arribada a estas tierras para festejar en el paisito me consultaba sobre el aumento del tránsito callejero, asombrada frente a una rambla colapsada en días y horarios bastante inusuales. Además de explicarle el efecto de la introducción de los vehículos chinos al parque automotor uruguayo (alentados por los "fantásticos" planes de financiación) y la instalación de "convenientes" semáforos en partes de la rambla donde otrora había cebras, tuve que hacerle notar que toda esa gente que vive el 99% del año al pedo en su casa la mayor parte del día es la "responsable" en las fiestas de salir a hacer las compras para el arbolito y la mesa de fin de año. Como resultado, mujeres al pedo, jubilados y pensionistas y hasta turistas copan las ya poco preparadas calles Montevideanas con el consabido efecto en quienes tenemos que encastrar las mismas obligaciones en el lapso de una jornada laboral más desquiciada que nunca porque, aunque una se quede laburando, todos los demás se van de vacaciones y están haciendo huevo desde hace una semana. Y ya que hablamos de repatriados, he aquí otra razón para que las fiestas sean un estorbo. Tengo decenas de amigos repartidos por el mundo, muchos de los cuales extraño cada uno de los 365 días que tiene el año; reconozco incluso que hay algunos con los que no tengo una amistad tan profunda y que tienen la deferencia de incluirme en su lista de "must see" a su llegada. Pero aunque quienes llegan obviamente están abrumados por compromisos, el éxodo oriental en sentido inverso nos llena las agendas a nosotros que, más uruguayos que nunca, venimos corriendo de atrás; por tanto es muy probable que, además de tener que hacer malabares para cumplir, lleguemos cansados y sintiéndonos culpables a los últimos días del año. Pero la carga no es solo para quienes los recibimos: las Fiestas, por definición, suelen ser ocasiones altamente inflamables ya que reúnen de forma cuasi obligatoria a personas que usualmente se evitan sanamente; por ello es muy probable que muchas de las cenas se acompañen de sutiles comentarios venenosos a la suegra insoportable o a ese primo con el que dejamos de hablarnos hace centurias pero que, por obra y gracia del Espíritu Santo (literalmente) tenemos en la silla de enfrente devorando el turrón español que nos costó un huevo y medio en Tienda Inglesa. No es de extrañar que de postre haya quilombo con guarnición de reproches, interrumpido únicamente por la tirada de cuetes que, a veces, hasta termina con las cejas de la referida suegra chamuscadas "accidentalmente" por una cañita voladora mal dirigida.
Para quienes se cuelgan en la onda de las despedidas (o quienes no tienen otra opción por ser abundantes en distintos grupos de amigos, por ser hijos de padres separados con sendas familias ya formadas o por tener demasiados compromisos laborales), las dos semanas previas a Navidad y Fin de año suelen ser una extorsión continuada al hígado que dejan como secuela una fortuna invertida en Hepamida. Ojo, hay quienes lo disfrutan, pero la realidad es que, al menos en mi caso, no pienso adherir a tal práctica hasta que se perfeccione el proceso de clonación humana y sea mi clon la que pueda venir a laburar a la oficina al día siguiente o conservar una cara decente y libre de ojeras en las fotos del 31 y las mencionadas despedidas.
Otra delicia de las tradicionales fiestas son los cuetes, petardos, chasqui bum y afines. No pienso ahondar en el tema, me basta con tenerle paciencia a una horda de planchas que pasan por la puerta de mi casa la Noche de las Luces una vez al año...dos no te la llevo. Además, mi perra que antes solía ignorar la parafernalia pirotécnica, parece que con los años desarrolló la misma aversión que la dueña y se escapa por las terrazas de los vecinos sumiéndolos en el caos y generando llamadas a mi celular en las primeras horas del primero de enero cuando una, relajada porque dejó Navidad y Fin de Año atrás, está disfrutando de la musiqueta trago en mano.
Por todo lo expuesto anteriormente entenderán que me cuesta desearles una felices fiestas pero, como dije antes, estoy llena de contradicciones y no puedo imaginarme estar lejos de los míos a las 12 de la noche del día de mañana (ta bien, sí puedo si me hubiera ido a Nueva York a saludarme con todos en pleno Times Square como supe hacer el año pasado y como pretendo hacer todas las veces que mi bolsillo me lo permita). Así que a toda mi familia de sangre y urbana solo puedo decirles que el fin de año es tan solo un cambio de agenda, pero como las oportunidades de tener sueños, fe y esperanza no se dan tan seguido, mañana a las 12, recarguemos las pilas positivas para encarar lo que se viene...y miremos con amor hacia el 2014 cuando vamos a volver a tener feriado! FELIZ AÑO!

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