
Tarde de domingo. Desparramada en un sillón que parece querer robarme las escuetas horas que le quedan a este fin de semana tan invernal descubro un titulito vertical que me chista desde la biblioteca de mi amiga. Se llama “Te pido un taxi“. Así sin anestesia, sin signo de pregunta que habilite a un “no, gracias...“. “Te pido un taxi“ se llama el librejo...mirá vos. Me suena, nos suena a todos los que nos hemos resistido a dejar que se rompa el hechizo con el primer sol de la mañana, a los que tenemos el síndrome vampiro del amor y nos cuesta amanecer acompañados. Mi amiga llega con té y galletitas, que paquetas que estamos...o que viejas por Dios! Con una cerealita en una mano acaricio los vértices de la pantalla de mi laptop en un intento por convencerme que si el té se acompaña de un Powerbook G4 en la falda entonces no estamos taaaan pasadas de años.
Le pregunto: “¿Y de que viene ese librito que tenés ahí?“.
“La típica novela de mina canchera que pasó los 30 hoy, son dos chicas hartas de besar sapos. Novela rosa contemporánea digamos, está ahí, bien“ me responde con una mueca poco convincente.
Así que así está el mundo amigos, ya no es “Amor sin barreras“, “Te acepto como eres“ o hasta “El engaño de mi marido“, ahora, después de los 30, no te pido el divorcio, ni te pido un tiempo...cuando la cosa no dá para más te pido un taxi y listo. El poder de síntesis suele ser un arma tremenda y cruel.Pienso en la pobre Corín Tellado. Bah, en realidad pienso que fue afortunada en caminar por esta tierra y facturar como loca cuando el amor todavía estaba en los tiempos del cólera (y pensar que Andrés Amorós desarrolló toda una sociología de la novela rosa gracias a ella!).
Pero bueno, aquí estamos, tomando té con galletitas e intentando recordar cuando fue la última vez que amanecimos en casa ajena, o alguien vio la luz del día entre nuestras sábanas...mmm hace mucho, mucho tiempo y en un reino muy lejano.
La verdad es que por lo general la situación no deja de ser algo incómoda: para empezar, si terminó donde terminó, probablemente empezó en otro lado y el reguero de pólvora hace que vayas rastreando las pilchas de la cama al living. Todo intentando disimular los «detallitos“ de nuestro más que decente aunque imperfectísimo físico, que la veladora del susodicho con la bombita de bajo consumo supo convertir en sugerentes. Si sos previsora seguro llevaste cepillo de dientes y make up en la cartera...si sos hombre seguro que no solo no llevaste nada de eso sino que, aunque tengas 10 kilos de más, te paseás en pelotas sin problemas ni cuestionamientos. Pero, más allá del sexo o el grado de conocimiento, dentro de ese “falso ritual marital“ que se genera en la mañana después de esa “primera vez“ (sobre todo si cayó fin de semana porque entre semana el trabajo es el mejor salvavidas) es inevitable que se ofrezca al menos un café, se intente disimular la falta de confianza en el baño y se murmure alguna excusa improvisada que permita camuflar la urgencia por retornar a terreno conocido.
Y en eso no hay distinción de género porque desde hace ya un rato que las mujeres reinan sobre sus propios dominios (aunque sean monoambientes de 50 metros con balcón). Hoy por hoy, las féminas están tan registradas en el 141 como los hombres, entienden cuando la fiesta se terminó y también piden taxis en la madrugada....y un helado poco antes de que den las diez.
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