
Hace mucho, mucho tiempo, en una tierra no tan pero tan lejana, los veranos duraban 3 meses y los pasábamos en Punta del Este. Hace tanto, tanto tiempo también, teníamos muy pocos años y nuestras únicas preocupaciones pasaban por si íbamos a juntar berberechos en la playa o a jugar a las maquinitas en Gorlero. En el mismo, mismo tiempo, nuestros viejos (los míos y de mis hermanos, tal vez no los de ustedes) no tenían tan pocos años y en realidad "hacían Punta" no para "Gorlerear" ni tirarse al sol en la playa ; a decir verdad, venían a Punta a trabajar y nosotros íbamos con ellos por defecto.
Los primeros veranos fueron muy gasoleros, bastante sacrificados y signados por la típica inseguridad de todo proyecto comercial que se inicia. Mi viejo decía que no estaba bueno que estuviéramos 3 meses al pedo...podíamos confundirnos y pensar que éramos como los clientes de los paradores que en ese momento concesionaba y asumir que "papá tenía billetera" para bancar unas "vacaciones" de ese calibre cuando, en realidad, eran las billeteras de esos señores las que nos daban de comer el resto del año. Pasaron los años y para cuando yo era adolescente, lo que había empezado como una apuesta familiar jugada se había convertido en casi un imperio. De hecho creo que no había playa en Punta donde yo no pudiera tomarme una coca gratis porque en todas ellas se desarrollaba la empresa familiar. Hasta hotel y camping supimos tener. Todo muy rico pero además de sumar muchos años de jarana esteña, de haber bailado lentos en Swan y marcha en Space, de haber visto los primeros desfiles de Roberto allá en su local de la Punta (con Tini de Boucourt como modelo, dos macetas estratégicamente ubicadas en el medio de la pasarela y sus divagues verborrágicos de siempre), de ver en vivo y en directo como se construyeron Los Dedos, acordarme del jingle de Vidriería Guichón y ser testigo de como "Punta del Este crece" como decía el aviso de Barraca, la verdad que también pude juntar un riquísimo (y tristísimo!) acervo de las vicisitudes de trabajar en el Este. Dicen que cuando uno se quema con leche ve la vaca y llora...capaz por eso cuando arañé la edad de voto tenía muy claro que no quería tener naaaada que ver con el negocio familiar. Incluso ya entrada en la edad adulta, mis lugares de veraneo se alejaron intencionadamente de la Punta y todo su glamour estival... todo para guardar un lindísimo recuerdo de esos años en los que la pasé tan bien (como cuando uno quiere quedarse con una buena imagen del ex y tiene la sabiduría de cortar a tiempo). Con lo que no contaba es que a veces todos los caminos efectivamente conducen a Roma (o al Punta) y las vueltas de la vida, por alguna razón y algunas sinrazones, me pusieron ahí mismo, en ese exacto lugar donde no quería estar y en el momento justamente equivocado: Punta del Este un 28 de diciembre, con 15 días de arduo trabajo por delante mientras 500 mil turistas ingresados en un lapso de 3 días al país, se aprestan a hacer exactamente lo contrario.
La verdad pensé que Punta había cambiado; me lo gritaba su arquitectura, su topografía, el hecho que tiene hasta un shopping y 3 supermercados que nada tienen que envidiarle a esos que tanto nos gustan cuando los vemos en Miami.
Punta era lo más: más espacio, más calles, más amplitud en las avenidas, más restoranes, todo es más (incluidos los precios)... Y sin embargo, a menos de dos horas de llegada enfrenté el primer imprevisto de la temporada: las colas.
Las colas también son más en Punta del Este. Y no hablo de las colas de los 80s como la de Raquel Mancini, hablo de las colas para TODO. Sí señores, para todo. Imagine una situación y seguro para eso hay cola. ¿Quiere cruzar una rotonda? Póngase en la cola, con 40 grados a la sombra en una camioneta del año 90 mientras el de la Ferrari de enfrente y el Porsche que tiene atrás la acribillan a bocinazos desde sus habitáculos climatizados. Ellos con un apuro que no descifro y una con todo el apuro que le marcan las necesidades de un trabajo "de temporada" que desconoce sàbados, domingos, feriados y 8 horas reglamentarias. ¿Quiere hacer compras en esos supermercados cada vez más lindos y más grandes? Haga colas, muchas y a toda hora (y si tiene la desgracia de coincidir con Lola Ponce en el Devoto haga la cola más lenta mientras cajeros y empaquetadores sufren del síndrome Paparazzi). ¿Quiere ir de la Punta a la Barra? Colas, todas, por la ruta, por el atajo y por el atajo al atajo. ¿Quiere cenar en un restorán carísimo? Cola ¿Quiere comprar una milanga a 35 pesos en la Parada 2? Cola X 2 detrás de todos los que se avivaron y tienen que sobrevivir laburando toda una temporada. ¿Quiere sacarse el traje surfero en una casetita en la playa de onda? Cola. ¿Quiere ir al cine? cola y rebote cuasi asegurado que lo llevará a la cola alternativa en Fredo o La Pasiva. ¿Quiere ir al Automac? Cola en el auto. ¿Quiere probar bajarse e ir al mostrador a ver si es más rápido? Cola con la misma demora pero de pie. ¿Se percató que la maniobra evasiva no funcionó y quiere volver a la opción del auto? Póngase al final de la cola y vuelva a comenzar. ¿Quiere hacer las cosas bien y hacer toooodos los trámites correspondientes para su negocio puntaesteño? Múdese a la Intendencia, empiece la cola un 15 de diciembre, alterne pisos, escritorios y divisones varias y terminela el 15 de marzo, junto con la temporada. Cola, cola, cola...para lo único que aún no hay cola es para los jueguitos inflables que se nos ocurrió traer a Punta.
Y ya que mencionamos el "emprendimiento", capítulo aparte merece el tema del "personal". Y no hablo del servicio de telefonìa en los Blackberry que los señores regios de José Ignacio o La Barra trajeron de Baires, hablo del personal que uno tiene que contratar cuando tiene la feliz idea de "abrir algo en Punta". Tenía vagos recuerdos de la niñez, ecos de mi viejo puteando porque nadie quería laburar y eso que tenían laburo 3 meses al año; imágenes random de empleados que caían con los retrasos y las excusas más insólitas y de proveedores que cruzaban el salón del restorán arrastrando las alpargatas a las 2 de la tarde de un 6 de enero mientras en la cocina el cocinero en plena crisis buscaba elementos de forma y textura que pudieran reemplazar a las rabas. Los recuerdos se amontonaban en un flashback borroso, algo más claro tal vez lo que me había tocado en mis últimos años de trabajo en los que ya rozaba los 20. Pero nada me había preparado para el Punta del Este post boom inmobiliario luego del cual los empleados "todo terreno" empezaron a descansar en enero luego de haber descubierto las gallina de los ladrillos de oro en las changas de la construcción. Atrás quedaron los tiempos de los currículums amontonados en un escritorio o los pedidos casi suplicantes de los fernandinos por un trabajo de "temporada".¿Quiere conseguir personal? Póngase en la cola...o llame a la Agencia de Colocaciones Enrique y disfrute del freak show: un argento que quiere trabajar con pasaporte desafiando las leyes laborales a todo trapo, un empleado que al pedirle los datos para darle de alta le comunicará al pasar que omitió comentarle que está en seguro de paro o una adicta recuperada que encontró a Dios y ahora lo ve en todos lados...incluso en los baños químicos que le toca limpiar.
Por esas y muchas razones más que no lograré transmitir ni en el mejor de mis raptos de insipiración, hoy, luego de enfrentar mi decimoquinta cola, deshidratarme en mi tercer embotellamiento, de oficiar de despertador para un sereno recientemente contratado (y consecuentemente despedido), de haber escuchado preguntas insólitas por parte de los empleados, de hacer en la camioneta 2 de 3 comidas diarias y más de 500km en 5 días, de no haber pisado la arena más que por motivos de fuerza mayor, de desconocer la temperatura del agua desde el inicio de la temporada estival, de haberme cruzado con Pancho Dotto 3 veces en su descapotable camino a la Barra y pensar que ese señor definitivamente vino al Este a sacar a pasear su auto, luego de haber sufrido las consecuencias de todos los eventos de la agenda esteña de los cuales no participé (incluidos los fuegos artificiales del "Partido de las estrellas" que embobaron a toda la Mansa y el pelotón de la San Fernando que me detuvo en un embotellamiento por 45 minutos), en lo único en lo que podía pensar era en huir de Punta del Este antes de que Roberto empezara su ya tradicional desfile en el "Conra´ de Punta´leste" y disfrutar de esos pequeños placeres como ir al kiosco de la esquina y no pagar 60 mangos una Coca Cola o circular a más de 60km por hora en una rambla o avenida.Para mi ESO es desenchufe y, por ende, no concibo como toooodo lo anteriormente descrito pueden llamarse vacaciones para algunos.
Así que hoy, cuando entendí que lo mío es Punta sin glamour, decidí venirme en mi día libre a Montevideo y por eso, al cierre de esta edición, soy feliz.
1 comentario:
Maca!!! Rocha Derrocha todo lo que te Falta!! Haga Punta!!! Vayasé al Chui!!!! Piwi
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