
Los portales sucumbieron ante su ingreso y se apartaron de su camino sin que siquiera tuviera que pronunciar el "Abrete Sésamo". El arcángel uniformado le dedicó la sonrisa de repertorio sin que eso lograra quitarle el tufo rutinario a la experiencia.
Pidió la llave con aire ausente y se subió a uno de los mil ascensores que suelen ser iguales, con variantes sutiles tales como el repertorio de la música funcional. En este caso, de alguna manera tortuosa, alguien había convertido la discografía de Phil Collins en sonido de fondo de góndola de supermercado, llevándola a un punto casi irreconocible. Pobre Phil…y Genesis.
A pesar de su actitud de desdén, en su interior se regodeaba con las camas a estrenar que podían contar tantas historias, con la texturas de las toallas gordas y pesadas, con las comparaciones inevitables entre los menús de room service, las botoneras de internos o las voces locutoreadas en distintos idiomas que solían despertarla con más frecuencia que la voz de su marido.
Por diversión, solía hacer curiosos check-lists que ponían a prueba la estirpe de las estrellas del hotel en cuestión. ¿Había menú de almohadas? ¿Algún plato del room service incluía salmón o rúcula? ¿Cómo estaba equipado el gym…? ¿Ah, no hay gym? ¿Cuantas estrellas dijiste?... Tenía más años de cuarto de hotel de los que podía contar de edad “adulta“, conocía todas las versiones del Bloody Mary…y sin embargo, esas cuatro paredes tan usadas y tan transitorias seguían dándole una cierta emoción, propia de quién se apresta a hacer un descubrimiento.
Se tiró en la cama y cerró los ojos, a los minutos, a las horas (no podría decirlo con certeza porque era en “tiempo de hotel“) una sirena la sobresaltó, abrió los ojos al ventanal que daba a la Lexington. Se incorporó a medias contra el dosel imprimé cebra parecido a la chalina que había dejado caer sobre el edredón de plumas y se volvió a dormir mirando un cielo color berenjena. La segunda vez fueron las luces que titilaban subrepticiamente en la Causeway Bay, como si una tira interminable de luces de navidad se reflejaran sobre las aguas quietas. Se desperezó mirando las bolsas de compras de Sogo, la cuenta de la tarjeta de crédito podía desvelarla pero al fin de cuentas, a más de 3 mil kilómetros de casa todo vale, o no?
Parpadeó y lo primero que registró fue la brisa suave que hacía flotar los cortinados del ventanal de un balcón estilo victoriano. Fuera, el sonido indescriptible de los elefantes rascándose el lomo contra las palmas hacia que el aire oliera a Amarula mientras Shamwari desplegaba su repertorio nocturno como una canción de cuna que volvió a sumirla en un sueño donde todo era más fácil y los días eran páginas en blanco con satisfacción garantizada. El despertador sonó abruptamente y mientras se sacudía el sueño lo oyó murmurar entre dientes algo inteligible sobre café con medialunas…Se desnorteó tan solo un momento...en casa, sin dudas, estaba de vuelta en casa.
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